Paco Álvarez: «La realidad de la Roma antigua no es lo que nos cuentan»

Paco Alvarez, geógrafo, historiador y divulgador, nos presenta su nuevo libro Roma Underground, el sexto que ha escrito ya sobre Roma. En esta ocasión nos habla de los romanos de a pie. 

Cuentanos de quiénes hablas, a quiénes te refieres.

En mi nuevo libro Roma Underground. El lado oculto del Imperio, os invito a dar un paseo por el lado oscuro de Roma, allí donde no llega la luz del Imperio, allá donde viven los marginales: delincuentes, prostitutas, esclavos o los simplemente pobres. Es decir, casi la inmensa mayoría de la ciudadanía.

Claro, la Roma que nos ha pintado Hollywood es muy diferente.

Aquí no hay mosaicos, ni obras de arte, ni palacios, ni vino del bueno, ni libros de poemas o banquetes. El humor, a veces sardónico, a veces brutal, siempre canalla; es lo único que nos queda, que podemos reírnos de todo. Un humor que nos muestra la cara oculta de Roma, aquella de la que los historiadores no suelen escribir, pero que se ha colado entre las rendijas de los epigramas, de las comedias, de los epitafios, de las pintadas, de las sátiras, el único aporte romano a la Literatura…

 ¿Era tan importante el humor para los antiguos romanos? Siempre nos los imaginamos muy serios y formales.

El sarcasmo y la burla eran típicos del carácter romano, socarrón y canalla, en contraposición con la «seriedad» que consideramos propia de los romanos ricos y con toga que se sientan en el Senado. «Ácidos como Gollum chupando un limón y rápidos como Forrest Gump en los sanfermines», en sus críticas y en sus sornas. Así eran los romanos, que preferían hacer una gracia, aunque les costara un amigo. Tan importante era para los romanos reír, que en los desfiles fúnebres solían incorporar un actor pagado, para que fuera haciendo burla del finado, aunque el fallecido fuera el mismísimo Emperador. En los funerales de Vespasiano, buen César, pero bastante, bastante tacaño, cuentan que, en el cortejo fúnebre, un famoso actor de nombre Favor, vestido y maquillado como el difunto e imitándole en gestos y habla, como un antiguo Carlos Latre, iba preguntando quejumbroso y preocupado al público: «Pero… vamos a ver, ¿por fin, este funeral cuánto cuesta?». Parece que, en una de esas, un funcionario del tesoro, riéndose, como todos, le contes­tó: «Cien mil sextercios». Y el actor repuso: «¿Cien mil? ¿Estamos locos? Rápido, dádmelos a mí y mejor tiradme al río… rápido». La gente se partía…

¿Por qué undergound? ¿por qué utilizas un anglicismo en un título sobre Roma?

En la Antigüedad no había metro, pero sí había underground. Había una Roma under, una Roma cruda, que no sale en las postales. Cuando hablamos o pensamos en Roma, normalmente pensamos en la Roma clásica, pero ¿qué es la Roma clásica? Una idea que va transformándose y elaborándose a través del cine y de las series y de los libros que leemos sobre esa Roma en la que Trajano era quien «partía el bacalao».

¿Entonces la Roma de los palacios y de las orgías?

El caso es que la realidad de la Roma antigua no es, no era, la que nos cuentan. Roma no es lo que era. La mayor parte de Roma es más de comedia de Plauto, de sátira y metida de pata, que de lujo, sexo y brillantina; más de ir borracho por culpa de un vino malísimo que te has tomado en el termopolio, que de ir con la toga impoluta a dar el discurso que salvará a la República.

Verdaderamente, ¿crees que hemos cambiado muy poco? Por ejemplo, con respecto a los pobres.

«Siempre serás pobre si eres pobre, Emiliano: hoy día las riquezas no se las dan a nadie más que a los ricos», decía Marcial y tenía razón… Los ricos cada vez son más ricos y los pobres somos cada vez más.  Lo curioso es que esa Roma underground, ese mundo oculto, se parece también mucho al nuestro. Es un mundo con carestía, con inflación, con una vivienda casi imposible de conseguir en la ciudad, un mundo en el que hay personas que se buscan la vida por mera supervivencia, criminales que saben que el Estado no es capaz de perseguirlo todo y políticos corruptos que se creen inmunes e intocables… El espejo de la Roma cruda a veces nos devuelve algo perturbadoramente parecido a la cara oculta de nuestro mundo, una realidad que no se parece a lo que vemos en los anuncios. El Sol siempre brilla en la tele, pero no luce siempre en nuestro Imperio.

¿Y dónde buscas las huellas de los romanos que no dejaron huella?:

Sin obviar la valiosa información que recogen los novelistas antiguos o los humoristas como Marcial, Persio o Juvenal, para conocer a los romanos «de verdad» hay que excavar bajo tierra, en lo profundo: resultan estar más presentes precisamente en sus objetos hallados por la arqueología que en los escritos de la literatura. Podemos encontrar a los romanos under en pedazos de vasija rotos, en muchas lápidas de gente del montón, en cualquier trozo de madera conservado por azar, en las «postales» de Vindolanda, en las pintadas de Pompeya…

Pintadas como la que, en el reverso de una piedra del teatro de Cádiz, llama «ladrón» a Balbo, seguramente a Balbo el menor, gaditano, cónsul de Roma y mecenas constructor del Teatro. Uno de los primeros grafitis de la ciudad. A veces lo que queda no es ni un nombre, es un esqueleto, como el del crucificado en Cambridgeshire, Reino Unido, encontrado en 2021. Aunque no fuera importante para la historia, el hecho de que sus restos fueran enterrados y la excepcionalidad de su ejecución (y que nadie le sacara el clavo de su talón derecho), han hecho que sea singularizado y estudiado. Lo llamamos esqueleto 4926 y apareció enterrado a no mucha profundidad, menos de dos metros. Sabemos que tenía entre 25 y 35 años, que medía algo menos de 1,80 m y que probablemente murió antes del año 360. Alguien le quiso o se apiadó de su alma lo suficiente como para pagarle un entierro. Un romano de la Roma underuno di noi, uno de nosotros. 

¿Cómo olía esa Roma auténtica, esa Roma cruda?

Roma, la under, la de verdad, de verdad olía más, y no olía mejor. En Roma estaba prohibido el tráfico durante el día, pero por la noche los excrementos de bueyes, mulas y demás animales que tiraban de los carros quedaban en la vía; no había servicio de recogida de basuras ni nada similar, salvo en muy contadas excepciones. A los propietarios de cada casa se les encargaba oficialmente mantener limpia la calzada aledaña, pero, en fin…  a estos «perfumes nocturnos» había que sumar que era habitual situar al pie de las esclareas de los edificios de pisos una dolium, una tinaja donde los vecinos vaciaban sus orinales cada día y que nunca era vaciada con suficiente frecuencia. Desde luego que la ciudad no olía a rosas…

¿Qué era la annona, un antecedente de la paguita?

Para paliar la pobreza, el Estado romano inventó lo que hoy llamaríamos subvenciones o paguitas… Ciento cincuenta mil familias romanas recibían subvenciones para poder comer.  Primero el grano, luego pan y más tarde una compra variada, algo parecido a lo que hacen hoy los bancos de alimentos o la Cruz Roja. No hemos inventado nada… Esta subvención de alimentos, junto a la organización de festivales (sí, también ferias) y juegos por parte de las autoridades, es lo que le hizo decir a Juvenal aquello de panem et circenses: «Este pueblo ha perdido su interés por la política […]. Ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo». 

Ahora diríamos terracitas y Champions League…

¿En qué más nos parecemos a los romanos under?

El Imperio de principios del siglo II era también un mundo homogéneo y más pequeño que el nuestro, con uno o dos (el griego) idiomas universales, moneda única, ejército único, un espacio sin fronteras interiores. Hubo una época incluso en la que se podía enviar una carta tan solo poniendo el nombre del destinatario y el lugar, y llegaba… Así lo confirma, por ejemplo, una tablilla de cera, del siglo I, encontrada en Londres, en la que por primera vez en la historia aparecería escrito el nombre de esta ciudad, junto al nombre de un romano de entonces: «En Londres, entregar a Magontio», dice la tablilla. Y es de creer que llegó. 

¿Por qué crees que hay que leer tu libro?

Porque si te gusta Roma, vas a aprender muchas cosas que no salen normalmente en las pelis, documentales o libros clásicos sobre Roma y porque vas a conocer a romanos como tú y como yo, con más ganas de juerga y poco dinero que los que has visto en las series… Además, si no te gusta, te devuelvo los denarios.

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En YouTube: Historia Confidencial, con Paco Álvarez 


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