La América virreinal, lejos de ser una etapa oscura, fue un modelo exitoso en lo político, económico y cultural, injustamente desprestigiado por la leyenda negra. Tras la independencia, las élites criollas culparon a España de todos los males para eludir su responsabilidad, promoviendo una visión negativa del pasado colonial que borró logros importantes del virreinato. La colonización española favoreció, en primer lugar, el mestizaje y los derechos indígenas más que otros imperios coloniales, como el británico o francés. La América virreinal gozó, asimismo, de prosperidad económica, rutas comerciales globales, instituciones sólidas y leyes laborales avanzadas. También encontramos una rica vida cultural y educativa, con universidades, literatura de alto nivel y una convivencia entre lenguas y religiones. Frente al supuesto oscurantismo del gobierno español en América, la realidad nos dice que existían mecanismos de control y rendición de cuentas que anticipaban prácticas modernas de administración pública.
Si tan bueno era el modelo hispano, ¿por qué se ha olvidado y despreciado? Existen varias causas, pero una de ellas, no menor, fue la intervención de los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña desde el minuto uno de la independencia para impedir una América hispana unida, dividiéndola en muchas pequeñas naciones, más fáciles de manejar y en las que poder intervenir, al tiempo que se fomentaban las rivalidades entre ellas y con España. A ello se une que la mayor parte de la historiografía relativa a la América virreinal se basa en fuentes francesas y anglosajonas con dos puntos en común: presentan un análisis tendencioso lleno de errores históricos de bulto y son recibidas con grandes elogios por la crítica de sus países y paradójicamente…, también de gran parte del mundo hispano. Mientras tanto, Hollywood y la BBC se dedican a «vender» el modelo anglo con multitud de series y películas.
Aunque para ser justos no todo han sido críticas: Hipólito Tayne, historiador francés, ha considerado que la España de 1500 a 1700 supuso «un momento superior en la especie humana». El francés Maurice Legendre ensalzaba la civilización española contraponiendo la economía española, épica y espiritual, con la americana, basada en una cultura materialista. Charles F. Lummis (1893) destacó la labor que realizaron «los pioneros españoles». El historiador norteamericano Herbert E. Bolton resaltó el papel educador, protector e integrador que desempeñaron las misiones españolas, en comparación con la campaña de exterminio llevada a cabo en el norte. Y en 1971, el catedrático californiano P.W. Powell defendió que las relaciones de Estados Unidos con el mundo hispano se habían basado casi en su totalidad en prejuicios y propaganda totalmente falsos.
Y, sin embargo, a pesar de las críticas y de hacer oídos sordos a los que nos alaban, lo cierto es que milagrosamente entre los países hispanos de ambos hemisferios, además de rencores interesados, se mantiene una hermandad de sentimiento, una comunidad lingüística que se extiende a la literatura, la canción o el cine, por no hablar de una «misma cultura jurídica» (S. González-Varas). Bastaría convertir esa comunidad de facto en una estructura político-económica eficaz. De hecho, mientras los españoles y los hispanos nos peleamos entre nosotros, nuestros competidores culturales, políticos y económicos se frotan las manos.
El renacimiento de la América hispana es posible, pero no pasa por seguir buscando chivos expiatorios en sus propios abuelos y tatarabuelos, ni por tratar de aplicar recetas indigenistas pensadas para un mundo que ya no existe, ni por acudir a planteamientos foráneos que ya han demostrado de forma reiterada su fracaso (e.g. comunismo). Su mejor opción es recuperar su mayor periodo de éxito, de prosperidad y de modernidad: la América virreinal, cuna del mestizaje, polo de progreso económico y social, conexión comercial del mundo y ejemplo de honestidad y eficacia en sus dirigentes. Para ello hay que empoderarse de la historia propia rescatándola de manos interesadas. Sólo así se podrá valorar lo bueno que en el pasado ha habido, apreciando por ejemplo que la relación entre españoles e indígenas no fue solo de conflicto, sino también de colaboración. El futuro de la América hispana está por escribir, pero sólo será exitoso si no trata de cortar las raíces de un árbol que una vez fue fuerte y grande.