1898. El nacimiento de una Cataluña antiespañola

A mediados del siglo XIX, el romanticismo catalán empezó a inventar la historia de una Cataluña anticastellana, antiespañola, y a fomentar un sentimiento castellanofóbico que no existía en el pueblo catalán en ese momento histórico. En sus novelas, los románticos catalanes crean un relato que no explica la historia a partir de los hechos, sino que adapta los hechos a la historia que han inventado. Sin embargo, la repercusión de esas novelas en la sociedad catalana será —hasta 1898— prácticamente insignificante.

En 1886, Valentí Almirall (1841-1904), abogado, periodista, ensayista y político barcelonés, reunió todas las zonceras del nacionalismo cultural catalanista en un pequeño libro titulado Lo catalanisme. En 1887 publica, en francés, su ensayo más castellanofóbico titulado Espagne telle que’elle est.

Al momento de su publicación, la repercusión popular de los ensayos de Almirall fue insignificante; sin embargo, el pensamiento de Almirall estaba llamado a ejercer una influencia considerable en la sociedad catalana luego del desastre del 98. Es importante, entonces, detenernos en las ideas de Valentí Almirall, pues él va a ser considerado, a justo título, uno de los «padres fundadores» del catalanismo político, y porque su pensamiento, parcialmente tergiversado y manipulado, ha sido utilizado por la intelligentzia catalanista para fomentar la hispanofobia que hoy reina en Cataluña y que amenaza destruir la unidad española. 

Según Valentí Almirall, el Estado español estaba compuesto de dos entidades básicas irreductibles: la castellana y la catalana.  La castellana idealista, abstracta, generalizadora, oscurantista, fanática y opresora; y la catalana, positivista, analítica, igualitaria, tolerante y democrática. Almirall se encarga de precisar en su ensayo Espagne telle que’elle est que el «núcleo central meridional» adquirió esas características debido a «su sangre semítica que él debe a la invasión árabe». Nótese que la visión que Almirall tiene sobre Castilla es idéntica a la elaborada por la leyenda negra construida por los enemigos de España, es decir, por la Casa de Orange y la monarquía inglesa y francesa. Ante esa situación de una Castilla dominadora y totalitaria, para Almirall la única manera posible de democratizar y modernizar España consistía en establecer una estructura similar a la de la monarquía austro-húngara o, mejor, construir una confederación o Estado compuesto, siguiendo el modelo de la Confederación Helvética. 

En los escritos y discursos de Almirall está siempre presente la idea fuerza de que los problemas de España tienen su origen en el sistema político autoritario e intolerante impuesto por los castellanos, frente al sistema pactista y dialoguista, propuesto por aragoneses y catalanes. Sin embargo, es preciso aclarar, en honor a la verdad, que no está presente en el pensamiento de Almirall la idea de la independencia absoluta de Cataluña de España, pues, para él, Cataluña es una región dentro de la nación española. Idea esta que hoy resulta insoportable para la intelligentzia catalanista.

Almirall sostiene que la inmoralidad, la anarquía y la ignorancia son las características básicas que distinguen a España del resto de Europa y que la regeneración de España solo puede lograrse a través del «renacimiento regional». Pero Almirall, como ya dijimos, y justo es reconocerlo, no propone lisa y llanamente la independencia de Cataluña de España porque cree que la relación sostenida durante siglos con las otras regiones ha creado lazos de interés y afectos recíprocos que serían prácticamente imposibles de romper.  Ciertamente Almirall presenta, invariablemente, en sus escritos a los catalanes como pobres víctimas del poder central establecido en Madrid y dirigido por los malvados políticos castellanos a su entero beneficio, pero también sostiene enfáticamente que «…los catalanes son tan españoles como los habitantes de las otras regiones de España, y lo son no solamente por sentimiento, sino, más aún, por reflexión… por nuestra situación geográfica y por nuestros antecedentes históricos nosotros no podemos ser otra cosa que españoles: tal es la opinión de quien escribe estas líneas».  

Hemos sostenido que los ensayos de Almirall pasaron casi desapercibidos al momento de su publicación y hubieran sido políticamente irrelevantes por siempre de no haberse producido el desastre del 98. Es justamente con el final de la guerra de Cuba que, con el apoyo económico de la burguesía catalana, los escritos del nacionalismo cultural y político catalanista, como el producido por Almirall, comienzan a ser masivamente difundidos y conocidos popularmente. Importa precisar que la burguesía catalana había sido, hasta ese momento histórico, ultraespañolista y había dado siempre lecciones de españolidad en el Congreso de los Diputados.

Es importante tener en cuenta que Cuba estaba sometida al mismo régimen arancelario que las provincias peninsulares. Sin embargo, los empresarios catalanes no estaban conformes. En julio de 1882, la presión ejercida por la burguesía catalana logró la promulgación de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, con la que intentó reservar de forma exclusiva el mercado de Cuba y Puerto Rico, para su producción industrial. Esta ley estableció un arancel entre el 40 y el 46 % para los productos extranjeros.  Sin embargo, la burguesía catalana no quedó satisfecha y, en 1891, forzó al presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas, para que reforzara el proteccionismo económico a fin de impedir totalmente las importaciones de textiles.  Esa profundización del proteccionismo fue seguida de una intensa regulación que eliminó prácticamente no solo la competencia exterior, sino también la competencia en el mercado interior, y acabó cartelizando la economía española a favor de Cataluña y los Países Vascos. Entre 1891 y 1898, Cataluña duplicó sus exportaciones hacia las Antillas.  

Es importante remarcar que el proteccionismo económico establecido para fomentar la industria en Cataluña perjudicaba mucho más a Cuba que al resto de las provincias españolas: dada la distancia, una prenda catalana costaba mucho más en La Habana que en Alicante y era muchísimo más cara que las que podían llegar desde los Estados Unidos, si no fuera por el arancel protector. Fue la burguesía catalana, sin duda alguna, la que más se opuso a los reclamos que los cubanos realizaban para gozar de una mayor autonomía administrativa, política y sobre todo económica. Con razón en 1901, el presidente del Consejo de Ministros, don Práxedes Mariano Mateo Sagasta (1825-1903), exclamó: «…probablemente hayamos perdido Cuba debido al privilegio del que ha gozado Cataluña». El 60 % del negocio industrial catalán se perdió en Cuba, y eso explica muchas cosas. 

Los gastos provocados por la guerra y la crisis económica que se desató al finalizar la contienda obligaron al Estado español a subir los impuestos, cosa que ocasionó importantes protestas, sobre todo en Barcelona, donde desde los pequeños comerciantes hasta los grandes empresarios se rebelaron, llegando algunos al extremo de dar de baja sus comercios, para no tener que pagar la contribución exigida por Madrid. Conviene en este punto recordar que muchos de los industriales que se rebelaron se habían enriquecido antes gracias al proteccionismo económico que obligaba a todos los españoles a comprar sus productos. Ahora, que había que pagar impuestos, un sector nada despreciable de la burguesía catalana comenzó a pensar que, si chantajeaba al gobierno central con la independencia, podría obtener más privilegios con los cuales compensar los que había perdido con la independencia de Cuba. 

La burguesía catalana sabía que la independencia no le convenía porque su industria no era competitiva respecto de la industria inglesa o francesa, y mucho menos respecto de la industria alemana, pero intuía que agitar el fantasma de la independencia podía ser un buen negocio.  La mayoría de la burguesía catalana no pensaba seriamente en la independencia, pero no había otra forma de obtener nuevos privilegios que no fuera a través del «chantaje». Sin embargo, para que la amenaza de la independencia fuese real, el querer la independencia debía ser un sentimiento popular y, en ese momento, no lo era. No había otro camino entonces que promocionar las obras literarias o los ensayos políticos que pudiesen servir —más allá de la intención de los autores— para inflamar en el corazón del pueblo catalán el desprecio hacia el resto de España y el sentimiento independentista. Lógicamente, si había que mentir se mentiría, y si había que tergiversar —un poco o mucho— el pensamiento de algunos literatos o ensayistas, se haría. Para crear el sentimiento independentista había que falsificar la historia. Pues bien, se falsificaría. 

Ese fue el razonamiento de la burguesía catalana para ocultar su falta de solidaridad con el resto de España y su profunda avaricia. De una u otra forma la burguesía catalana llegó a la conclusión que tenía que crear a su propio frankenstein para asustar al gobierno central… y puso manos a la obra. Luego, con el paso del tiempo, ese frankenstein adquiriría vida propia. En ese ambiente, «hicieron su agosto» los predicadores del nacionalismo catalán que, hasta ese entonces, se podían contar con los dedos de una mano. Fue a partir de aquellos días que una importante parte de la sociedad catalana comenzó a aceptar las zonceras sostenidas en las novelas históricas y en los ensayos políticos, escritos por los románticos catalanes.  Ese cúmulo de circunstancias contribuyó a que, en las calles de Barcelona a partir de 1898, comenzaran a repetirse una y otra vez las frases: «En Madrid pagan menos», «Madrid nos roba», «Madrid despilfarra el dinero», y fue con estas consignas propagandísticas, repetidas una y otra vez, con las que el nacionalismo catalán comenzó a contar con cierto apoyo popular y con el respaldo económico nada despreciable de una parte importante de la burguesía catalana. Para colmo de males, la revuelta iniciada por los comerciantes y empresarios catalanes, para no pagar los impuestos exigidos por Madrid, terminó en la suspensión de las garantías constitucionales y en la declaración del estado de guerra en la provincia de Barcelona. Mientras que los diarios catalanes zaherían a Madrid, la prensa madrileña respondía a los insultos de modo igualmente virulento. Un insulto se respondió con otro insulto. Esto sirvió a los nacionalistas catalanes para explicarle al pueblo de Cataluña que no solo Madrid perjudicaba a los catalanes, sino que, además, no los quería. Es entonces, a partir de 1898, y no a partir de 1714, que comienza el problema con el nacionalismo catalán, que irá construyendo, muy paulatinamente, su propia leyenda negra: la de la «conquista» de Cataluña por España.

Comparte:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Hazte miembro gratis

Recibirás avisos de nuevas entradas y otros contenidos exclusivos